Agroecología: una forma sostenible de alimentar al mundo y preservar nuestras raíces
Islandia Bezerra,
Extensionista, investigador y profesor asociado de la Facultad de Nutrición de la Universidad Federal de Alagoas. Forma parte del equipo del Gobierno Federal en la Dirección de Diálogos de la Secretaría Nacional de Diálogos Sociales y Articulación de Políticas Públicas.
Reflexionar, escuchar, hablar y escribir sobre el hambre es difícil y supone un reto. Sobre todo cuando los alimentos, las preparaciones, los nutrientes, así como las consistencias, los colores, los olores, los sabores y los recuerdos alimentarios representan la cultura de un pueblo y, por tanto, la centralidad del ser en la sociedad.
El reto también se expresa en la definición del término hambre. En 1946, Josué de Castro gritó al mundo que el hambre (no tener para comer o no disponer de medios para producir y/o comprar alimentos) es un fenómeno económico, social y, sobre todo, político. Décadas más tarde, esta definición del término apareció en la canción del grupo Titãs:“no sólo queremos comida, queremos comida, diversión y arte“. Casi 40 años después de estas letras y melodías que invitan a la reflexión, hablar de comida es más actual y necesario que en el momento de su lanzamiento.
El hambre está presente en la vida de 33 millones de brasileños, según la Red Brasileña de Investigación sobre Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Rede PENSSAN). Según la ONU, unos 828 millones de personas pasarán hambre en el mundo en 2021, y esta previsión va a aumentar.
Pero no basta con pensar en este fenómeno como un reto, sin retarnos (la redundancia aquí es deliberada) a pensar y actuar para resolverlo. Retomando la frase de Titãs“No queremos sólo comida, queremos la vida como la vida la quiere”, me pregunto: ¿cómo quiere la vida la vida?
En un contexto de crisis climática que se agrava como consecuencia de un sistema alimentario hegemónico que trabaja para enfermar, mutilar, contaminar, expulsar, expropiar y matar a las personas y a la naturaleza, tenemos un posible camino a seguir: agroecologíaLa agroecología es un hilo lleno de conocimientos, saberes y prácticas que teje una enmarañada y compleja red de vidas. Pero tenemos que hacer más para materializar“la vida como la vida quiereser”.
La vida quiere alimentos, preparaciones adecuadas y sanas, culturalmente referenciadas y, sobre todo, biodiversas, que traigan consigo, en la vida y en el plato, los colores, olores y sabores de nuestros biomas:
De la Amazonia que trae sus ingredientes en preparaciones de pescados, verduras y tubérculos que laten y tiemblan como la diversidad de saberes ancestrales al plato cotidiano, así como la agroecología de la región que impulsa y fortalece tales prácticas;
De la Caatinga, que contiene sabores, olores y texturas propios del lugar, pero que, debido al actual modelo depredador, ha ido agotando estas riquezas, y la agroecología se presenta como el camino hacia una posible solución;
Del Cerrado y del Pantanal (bioma de transición), biomas que atraviesan estados geográficamente delimitados, pero que encuentran en los alimentos “de raíz” la presencia marcada de frutos, raíces, semillas, nueces, que llenan los ojos, la boca y la barriga (como decimos aquí en nuestra región nordeste). La agroecología en estos biomas ha rescatado prácticas de producir-comer que subvierten la lógica de los monocultivos circundantes.
Del Bosque Atlántico – este bioma diverso y amenazado representa una necesidad real y urgente de reforzar la agroecología, simplemente porque es VIDA. Sin duda, si se preserva, desempeñará un papel decisivo en la lucha contra el hambre.
De la Pampa – a pesar de su menor abundancia en variedades de especies, es de este lugar que Brasil experimenta aromas y sabores que expresan culturas diversas, pero que también sufren los procesos del monocultivo. Por otro lado, la agroecología en este bioma viene rescatando procesos de reconexión entre producir y comer, transformando vidas y territorios.
Entre las riquezas de los biomas, podemos estar seguros de una cosa: acabar con el hambre significa preservar lo más valioso que tenemos: los biomas y las culturas. Estamos hechos de alimentos, de preparaciones que traen consigo historias, recetas, recuerdos… no se producen en las estanterías de mercados y supermercados. Se crían, alimentan y nutren en los patios traseros, en la granja, en los espacios colectivos de producción y alimentación, en las parcelas de los asentamientos de reforma agraria, pero también en las zonas de la periferia de los grandes centros urbanos, donde la agroecología produce nuevas relaciones entre la sociedad y la naturaleza, y entre la sociedad y ella misma. La agroecología como posible solución para acabar con el hambre en el mundo no es una utopía. Se trata de preservar tu propia existencia.
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