Mujeres rurales y justicia climática

Por Verônica Santana
Agricultora agroecológica asentada, educadora feminista popular y presidenta del Centro Sabiá.

Foto: Archivo personal

Cuando pensamos en la Justicia Climática, tenemos que pensar en cómo el cambio climático está afectando de manera diferente a determinados segmentos sociales: las personas que viven en zonas marginales, sin vivienda ni saneamiento básico, o en el campo, donde su modo de vida depende de su relación con el medio ambiente, se ven afectadas de manera diferente, por lo que aunque se trate de un problema global, los impactos son desiguales. Son las poblaciones periféricas las que más sufren las inundaciones, por ejemplo. Es en las regiones donde escasea el agua donde nuestras vidas se verán amenazadas, con la pérdida de biodiversidad y el aumento del hambre.

En este contexto, tenemos residentes de estos territorios, poblaciones negras y periféricas, indígenas y agricultores familiares que tienen sus formas de vida reproducidas a través de su relación con el territorio. Las mujeres negras, a las que históricamente se les han negado sus derechos, sufren el desempleo o la falta de tierras, junto con los jóvenes, y han sido las principales víctimas de la crisis climática. Se calcula que tres mil millones de personas en el mundo viven en lugares vulnerables a la crisis climática (fuente IPCC). Y que las mujeres representan el 80% de las personas obligadas a emigrar por el cambio climático, según la ONU. Otra cuestión importante es que los cambios que estamos experimentando están impulsados por la acción humana, por los modos de producción capitalistas y tienden a empeorar cada vez más.

Para ayudarnos a comprender estos fenómenos y cómo ahondan las desigualdades, además de la ciencia, los movimientos han debatido y formulado conceptos que hemos desarrollado en estrategias de resistencia y resiliencia ante el clima. Comprender el racismo medioambiental y cómo se produce en el campo, en las zonas rurales, es arrojar luz sobre nuestras reflexiones acerca de los impactos de los grandes proyectos en nuestros territorios. Siempre tratan de nuestros territorios o de nuestros cuerpos territoriales. Para nosotras, las mujeres rurales, la realidad es que cada año tenemos que viajar más lejos para buscar agua o perder nuestras semillas y biodiversidad, lo que contribuye a aumentar la inseguridad alimentaria.

Las mujeres, que han desempeñado un papel en el mantenimiento de los territorios y son las principales víctimas, son también las protagonistas de la resistencia. Aquí les traigo a las mujeres del Polo de Borborema, en Paraíba, que desde hace 15 años construyen la Marcha por la Vida de las Mujeres y la Agroecología, realizada siempre en marzo. Este es el segundo año que la marcha denuncia los impactos de las energías renovables en los territorios campesinos y agroecológicos. Con el lema «¡Energías renovables, sí! ¡Pero no así! Las mujeres siguen denunciando una serie de pérdidas para las familias en la producción de alimentos vegetales y de pequeños animales, y para la salud de la población.

La Marcha de las Margaritas, una importante acción de mujeres del campo, de los bosques y de las aguas, también ha denunciado estas falsas soluciones, planteando propuestas de políticas públicas y en el debate de la Marcha bajo el lema Protección de la Naturaleza con Justicia Ambiental y Climática, que además de problematizar el tema, aporta la sabiduría de las mujeres que necesitan ser escuchadas en los distintos espacios de decisión en las discusiones climáticas.

Las mujeres también han desempeñado un papel protagonista en las luchas y procesos de producción agroecológica, que han demostrado mitigar los efectos de la crisis climática. Como las mujeres somos responsables de la biodiversidad, podemos decir «Sin Feminismo no hay Agroecología», o «Si hay racismo, no es Agroecología».

Por lo tanto, luchar por la justicia climática significa luchar contra todas las formas de desigualdad de género, racial e intergeneracional. Reconocer los conocimientos de las poblaciones, especialmente de las mujeres, del campo, los bosques y las aguas, promoviendo la participación en los espacios de toma de decisiones. Proteger los territorios como espacios vitales, libres de toda forma de violencia.

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