La región semiárida brasileña como ejemplo mundial de adaptación al clima
Carlos Magno nació y creció en la región semiárida, es padre, coordinador del Centro de Desarrollo Agroecológico de Sabiá y punto focal de la Plataforma Latinoamericana del Semiárido, Fulbrihter 2022-2023 y Climate Fellow de la Fundación Rockefeller.
Este artículo fue escrito para el número 129 del boletín semanal de la OOB, publicado el 9 de agosto de 2024.
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La información de la Convención de las Partes de Lucha contra la Desertificación (CNULD) advierte de que el 70% de las personas del mundo que sufren diversas formas de malnutrición viven en zonas secas, ya sean áridas, semiáridas o subhúmedas. Esta clasificación de las Naciones Unidas (ONU) de las zonas áridas tiene en cuenta la cantidad de precipitaciones (pluviometría) y la evapotranspiración, lo que da lugar a un balance que tiende a ser bajo o negativo en estas zonas. Las zonas áridas están repartidas por todo el mundo y cubren más del 41% de las tierras del planeta. Están presentes en todos los continentes, con grandes extensiones de tierra como el desierto de Sonora en Estados Unidos, la región del Sahel en África y gran parte de Australia. Sin embargo, lo que mucha gente no sabe es que es en Brasil, más concretamente en el Nordeste, donde se encuentra la región semiárida más poblada del mundo, con unos 30 millones de habitantes. Esta región se ha conocido históricamente como la “región problema” de Brasil, debido a las sucesivas sequías que han causado muertes y desplazado a millones de personas en las últimas décadas.
A pesar del poder político, económico y mediático del agronegocio en Brasil, aproximadamente el 70% de los alimentos que llegan a la mesa de la población brasileña proceden de la agricultura familiar. Según la FAO, los datos del último Censo Agrario de 2017 revelan que la mitad de la agricultura familiar del país se encuentra en el Nordeste. Y este gran territorio, que también es productor de alimentos, está amenazado por un proceso de manipulación de sus tierras, que está transformando la semiáridez en aridez, en un proceso conocido como desertificación, que se identificó por primera vez en Brasil a finales de 2023 entre los estados de Bahía y Pernambuco. Además de todos estos aspectos, el bioma predominante del Semiárido es la Caatinga, que en tupy significa “bosque blanco” debido a su color gris cuando pierde sus hojas en la estación seca. La principal característica de este bioma es que es exclusivamente brasileño, con fauna y flora adaptadas a estas condiciones climáticas.
La Caatinga debe considerarse un bioma estratégico en el debate brasileño sobre el clima. Debe priorizarse como clave para comprender los procesos de resiliencia socioecológica. Las plantas xerófitas, por ejemplo, muestran una increíble capacidad de adaptación, perdiendo todas sus hojas durante los periodos de sequía para conservar el agua, hibernando durante la estación seca y almacenando agua para momentos más críticos. También podemos hablar de la variedad de especies de abejas autóctonas que han coevolucionado con las plantas de la Caatinga. En una época de cambio climático, esta capacidad biológica resulta crucial. Pero, por desgracia, esta biodiversidad sigue estando infravalorada e infrafinanciada.
El contexto climático actual también revela una disputa sobre las narrativas y lo que se revela es que la región semiárida brasileña ha sido tratada como un mero generador de energía eólica y solar, debido a su gran disponibilidad de viento y sol. Sin embargo, esto simplifica y subestima su complejidad. Estas iniciativas, aunque importantes para una matriz energética limpia, a menudo no tienen en cuenta la conservación integral del bioma, generando problemas medioambientales y sociales en la región. Además, a menudo se olvida el conocimiento local de las comunidades que habitan la Caatinga, que a lo largo de generaciones ha desarrollado estrategias de adaptación a la adversidad climática, a pesar de tener un increíble potencial de conocimiento sobre los procesos de adaptación al calentamiento global.
Un claro ejemplo de ello son las sequías del Amazonas, que ahora empiezan a ganar notoriedad en la prensa como signo innegable del cambio climático, mientras que en la región semiárida siempre han existido sequías anuales transitorias. Imagina cuánto podría ayudar el conocimiento acumulado sobre estas poblaciones locales e intercambiar conocimientos con las poblaciones amazónicas para que podamos comprender colectivamente estas características que están aquí para quedarse. Al fin y al cabo, somos un mismo pueblo, los sertanejos y los ribereños, que nunca se han desarrollado con las emisiones de CO₂, pero que serán los primeros en sufrir los impactos.
Iniciativas como el “Programa 1 Millón de Cisternas”, dirigido por la Articulación del Semiárido Brasileño (ASA), no sólo proporcionan agua mediante una tecnología social de recogida de agua de lluvia, sino que también promueven la dignidad y la conciencia medioambiental. Este programa ya ha llevado agua potable de forma continua a más de 5 millones de personas, lo que lo convierte en uno de los mayores programas de adaptación al cambio climático del mundo. Así como iniciativas de agricultura familiar agroforestal, como las evaluadas por el Centro Sabiá, que se inspiran en la naturaleza y aportan beneficios para una producción alimentaria equilibrada.
Es hora de considerar y valorar la Caatinga y la región semiárida. Mientras el mundo busca soluciones para combatir el cambio climático, la Caatinga y sus pueblos ya están ofreciendo lecciones de supervivencia, adaptación y resiliencia. Su papel es fundamental, y es nuestra responsabilidad situarla en el centro del debate sobre el clima. La Caatinga no puede seguir siendo el bioma olvidado; al contrario, podemos ser una de las soluciones para la adaptación climática en el mundo.
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