La juventud rural en la lucha contra el racismo
Por Sival Fiuzaestudiante de Letras en la UFRPE/ UAST y Joven Multiplicador de Agroecología

En las zonas rurales y urbanas, el racismo se manifiesta de formas diferentes, pero la opresión es una y la misma. Mientras que en las ciudades el prejuicio aparece en la desigualdad de acceso al empleo, la violencia policial y la marginación, en el campo se esconde tras la negación de derechos básicos, la falta de políticas públicas y la invisibilidad impuesta a las comunidades rurales, indígenas y quilombolas.
Los jóvenes rurales se enfrentan diariamente al peso del racismo estructural. En el Sertão do Pajeú, en el municipio de Serra Talhada, la primera comunidad quilombola sólo fue reconocida en 2013, un retraso que revela décadas de invisibilidad y negación de derechos. Este reconocimiento tardío es sólo un ejemplo de la incapacidad del Estado para garantizar justicia territorial y dignidad a los pueblos rurales tradicionales. Mientras tanto, la concentración de la tierra y la expansión del agronegocio avanzan sobre los territorios tradicionales, amenazando los modos de vida ancestrales.
En las comunidades rurales y quilombolas, la lucha contra el racismo tiene lugar a diario: en la organización colectiva, en la preservación de las semillas criollas y en la resistencia por el territorio. Muchos jóvenes ni siquiera tienen la documentación básica, lo que les impide acceder a los programas sociales, y se enfrentan al abandono del gobierno, que ignora sus demandas. En el Sertão de Pernambuco, es común la falta de escuelas secundarias y la precariedad del transporte escolar, lo que obliga a muchos a abandonar sus estudios o emigrar a centros urbanos. El racismo medioambiental también se revela en la sequía intensificada por la mala distribución del agua, la falta de asistencia técnica para la agricultura familiar y el abandono de las escuelas rurales.
Pero la resistencia persiste. Colectivos de jóvenes, grupos quilombolas y movimientos y organizaciones agroecológicas como el Centro Sabiá han fortalecido la lucha de estos jóvenes, promoviendo la formación en derechos, fomentando la producción sostenible e impulsando políticas afirmativas. La titulación de las tierras quilombolas no es sólo una cuestión agraria, sino una confrontación directa con el racismo que niega a estas comunidades el derecho a existir.
Frente a estas realidades, está claro que la lucha contra el racismo en el medio rural y urbano requiere algo más que un reconocimiento simbólico: exige acciones concretas que garanticen la tierra, los derechos y la dignidad. La resistencia de las comunidades rurales, quilombolas e indígenas demuestra que la transformación comienza con la organización colectiva y la exigencia de justicia territorial.
Mientras el Estado no repara siglos de opresión, son estas voces las que mantienen viva la lucha por un futuro en el que pueda hacerse realidad la igualdad de derechos. El camino es largo, pero cada semilla de resistencia plantada hoy es un paso hacia un Brasil que afronte verdaderamente su pasado y construya un mañana sin racismo.
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